La 'clase C' decide el futuro de Brasil
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ - Brasilia
"No hay un país en el mundo que tenga tanta certeza en su futuro como Brasil". Lo dijo Lula, pero todos los analistas políticos coinciden en que la estabilidad económica y política de la que disfruta Brasil desde hace casi 15 años ha extendido entre la inmensa mayoría de los ciudadanos la idea de que todos los problemas se pueden tratar y en que todos pueden encontrar solución.
Clovis Rossi, uno de los periodistas más prestigiosos del país, lo describió así: "Gente con apariencia más humilde, ropas más sencillas, color menos blanco, visita por primera vez el centro comercial más cercano a mi casa, en Río, un local no de élite, sino de clase media. Están ahí no solo para mirar, sino para comprar".
Esa indefinida impresión de sentirse bien es la que hace que Lula deje la presidencia (no puede presentarse a un tercer mandato) con un 80% de popularidad y que sea su candidata, Dilma Rousseff, una antigua guerrillera marxista leninista, reconvertida en economista y luego en el equivalente a su jefe de Gabinete, quien tenga todas las posibilidades de ganar. Brasil confía en su propio mercado interno tanto como en las exportaciones y está seguro de poder mantener un ritmo de crecimiento económico más acelerado del que ha mantenido hasta ahora (entre un 4% y un 5% anual a lo largo de los últimos ocho años).
La única interrogante hoy domingo es si Rousseff logrará proclamarse en primera vuelta o si tendrá que acudir a una segunda votación. Lo que todos los sondeos dejan claro es que nadie, ni el ex gobernador de São Paulo José Serra, ni la ex ministra Marina Silva, del Partido Verde, se acercan siquiera a la heredera de Lula. Lograr ganar directamente sería un hecho sin precedentes, ya que ni el propio Lula logró nunca evitar esa segunda ronda.
Brasil es un país enorme (el quinto del mundo en extensión y en población) y hoy deberían votar nada menos que 136 millones de personas, de una población total de cerca de 192 millones. La clase C no supone la mayoría del país, pero sí es la que ha logrado algo formidable: que prácticamente la mitad de los brasileños (49,2%) integre ya la clase media y concentre el 46% de la renta, según el último estudio de la Fundación Getulio Vargas. Hace siete años, en 2003, eran solamente el 37,5% de la población.
Otro de los milagros brasileños es que esa clase media y media baja ya no se encuentra solo en los Estados más ricos, como São Paulo, Río de Janeiro o Brasilia (las tres ciudades que hasta ahora han representado casi exclusivamente a Brasil en el mundo de los negocios).
El optimismo ha llegado por primera vez al pobrísimo noreste (del que salió el propio Lula) y ahora ya no es posible hablar de Brasil sin referirse también a Recife (Pernambuco) o a Fortaleza (Ceará) y, por supuesto, a Bahía, que se han convertido en importantes destinos turísticos (Iberia inaugurará el próximo mes vuelos directos con Recife). Imposible pensar ahora en el futuro de Brasil sin tener en cuenta también a Belo Horizonte, la capital del gran Estado de Minas Gerais, del que saldrá muy probablemente el político que va a representar mejor a la oposición frente a Rousseff, o incluso ante el propio Lula: Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el ex gobernador del Estado, abandona su cargo también con niveles increíbles de popularidad: cerca del 70%.
El Brasil que deja Lula se siente optimista, pero sigue teniendo graves problemas. El primero es que más del 40% de la población está todavía en la pobreza más absoluta y sobrevive en buena parte gracias a las pequeñas subvenciones del Plan Bolsa Familia, destinado a lograr el objetivo de Hambre Cero.
El segundo problema es la necesidad de mejorar rápidamente la calidad de la educación que reciben los hijos de esa nueva clase C, seguido muy de cerca por la lucha contra la corrupción, la mejora en las infraestructuras y la reforma de la fiscalidad.
Son quizás esos problemas, y el convencimiento de que se ha dado con la fórmula para terminar resolviéndolos, los que han convertido el panorama brasileño en algo muy particular en América Latina: todo el espacio político está ocupado por ofertas moderadas de centro-izquierda.
La oposición que acude hoy a las urnas está representada por un político de larga tradición socialdemócrata, José Serra, y por una dirigente ecologista que formó parte de los Gobiernos de Lula. Nadie en Brasil quiere estar ni en la derecha ni tan siquiera en el centro-derecha.
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